Debían ser las seis o siete de la mañana, no tenía reloj. Nunca me agradó ser esclavo del tiempo, impuesto por ese repetitivo aparato wur nos obliga a vivir acelerados por la escaces de horas. El tiempo pierde sentido, los segundos se hacen interminables y los días no pasan cuando tu vida se basa en una rutina de trabajo-bar-casa-trabajo-bar-casa y así hasta que nos marchitemos.
Caminé por mitre cinco cuadras hasta doblar a la derecha en Aristobulo del Valle para luego doblar a la izquierda en Quintana.
La escena era digna de las mejores películas de zombies. Un viento silbador que pone los nervios de puntas, papeles volando por toda la calle, edificios tristez y grices de los que no se oía un ruido. Ni siquiera un mendigo intentando luchar contra la muerte y poder existir un día más, solamente zombies con sus valijas y trajes llendo a su miserable trabajo para ser atormentados por jefes zombies que a su vez son atormentados por el jefe zombie principal que a su vez este es atormentado por el pueblo zombie. una retroalimentación de tormentos y yo vagando sin rumbo.
No pensaba volver a mi casa, no quería oir quejas de ningun vecino.
-Otra vez has vuelto borracho Gastón. ¿no te cansas de tu vida?
Esos idiotas no saben lo que es ser yo.
Caminé 6 cuadras por Quintana y doble a la izquierda en Mitre hasta llegar a la Plaza Azcuenaga. Me quede mirando el amancer recordando mi pasado.
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